Sobre los autores

Los responsables de estas publicaciones son maestros que estudian en la Escuela de Ciencias de la Educación, y cursan la asignatura de Sistema Educativo Mexicano. En la ciudad de Monterrey Nuevo León, Mexico

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Herencia de educación

Herencia de educación

Por: Gladys Guerrero Cervantes.

Para habitar México hay que amarlo. Tierra inmensa donde la gente del campo habita en paraísos perdidos. En esos pueblos donde el polvo es transportado por el aire y los niños, hombres, mujeres y ancianos se unen a la tierra, como la raíz al árbol. Cualquier persona que escriba sobre México tiene que conocer esos lugares perdidos para valorarlos y dignificarlos.
Tal parece que la gente de campo se sobrepone a todo: al hambre, al frío, a la devaluación de la moneda, a la educación que reciben, a la ignorancia, porque la tierra les da “fortaleza”.

A pesar de que muy pocos se acuerdan de ellos en sus demagogias, y de que los gobiernos año tras año los olvidan, siguen de pie y con la cabeza en alto. “Mi pueblo sigue en pie y los árboles silenciosos en la fresca madrugada atestiguan la llegada del sol que despierta a las pavadas adormecidas… el viento fresco baja de la sierra y las parvadas de pájaros llenan sus espacios en las ramas. La atmósfera se pone rojiza… en lo alto las estrellas y más allá pisadas. Y yo quisiera que esas pisadas fueran mías”. (Díaz, 1991, p.80). Ahora sé porque mi padre habla con tanto orgullo de su pueblo. Nunca escuché un desprecio a su tierra, ni siquiera las burlas que le propinaba su familia por ser un hombre de pueblo, lo hacían que declinara su orgullo, al hablar lo hace lento y remembra su niñez en Vanegas, San Luis Potosí. Sus andanzas como maestro rural en las rancherías de ese estado, las carencias en las escuelas, las tristezas de los niños al no poder ir a la escuela, el trabajo de la gente de campo.
En el pueblo de mi padre, los niños no conocen de lujos. Ahí solo se juega con la imaginación; las canicas, los trompos, las piedras y carritos de madera y en las escuelitas (como él las llama), no hay ni pizarrones, ni hablar de buenos pupitres, mucho menos de buena alimentación.

Tal pareciera que en pleno siglo XXI todo sería diferente, se escucha al Presidente Calderón que abatirá el rezago educativo, pero no es así. En el pueblo de mi padre y en muchos otros pueblos de México las carencias siguen y prevalecen como en la historia predominan los héroes. No hay computadoras, no hay escuelas, no hay maestros. Es entonces cuando se me ocurre citar lo que en la Reunión sobre educación para todos en las Américas (2000) se dijo en base al marco de acción educativo del año 2000 al año 2015: “Los desafíos y compromisos serán ampliar la oferta y mejora educativa para la 1ª infancia, formular políticas de inclusión estableciendo metas y prioridades de acuerdo a la población excluida y que se asumiría la diversidad como valor y como potencialidad para el desarrollo de la sociedad”.

“Vanegas” es más que polvo. Es un pequeño terruño de nuestro país como tantos otros que existen en Oaxaca, en Michoacán, en Guanajuato, en Nuevo León, etc., en cada uno de los estados hay más de estos pueblos: guardan el color de las fiestas, el olor a la tradición, el encanto de la naturaleza. Nada es artificial; todo pertenece a México. Todo, incluyendo los 15 millones de alumnos que no han terminado su educación por rezago escolar, según lo menciona el Presidente Felipe Calderón en su Plan sectorial de educación 2007-2012. En ese plan nuestro máximo jefe de la Nación menciona que luchará por una educación incluyente y de calidad, por una educación que acabe con la ignorancia y que este sustentada en valores.

La política y los discursos no resuelven nada, lo que necesitan los niños y jóvenes de México es una mayor inversión educativa, una mejor planeación e incentivos para los maestros que laboran en las áreas rurales.

Visité hace años el lugar donde nació padre, donde pasó sus mejores años de infancia. Todavía guardo en mi memoria, la casa que habitó, la mirada de su gente, los rostros sombríos y quemados por el sol. Puedo escuchar a mi padre decir: “Hija, esta tierra será tuya”. Adoro la tranquilidad del campo y la cordialidad de la gente; aunque en un principio te observen extrañados y con desconfianza; siempre hay un plato de comida, y los buenos días por la mañana. Un saludo en la calle, una tímida sonrisa. Esta es la calidez de mi pueblo.
“Cada año experimento un instante de extrañeza cuando llego con mi familia a la casa que arrendamos en el campo. La gente me saluda. Al principio, me desconcierta…nunca he visto a la mayoría de estos individuos. ¿A quién creerán que saludan? Entonces me acuerdo. Ya no estoy en la ciudad. En el campo basta un sencillo gesto para establecer un vínculo con los demás”. (Crum, 1993, p. 89).

Mi padre sigue atento a lo que pasa en su pueblo y de vez en cuando lo visita, a veces platica con los maestros jubilados de su vida allá y de su ejercicio en la docencia en el área rural. Lo escucho y en sus palabras menciona los mensajes que quiere transmitir: equidad, inclusión, aceptación, lucha de poder. Y es que los maestros rurales guardan esa esencia de pueblo, y en su voz la Patria se fortalece en el aula.

Los niños y jóvenes del campo también perciben la educación como un medio para superarse pero antes que distingan la escuela como su casa, saben que necesitan sobrevivir en el medio en que nacieron y donde esta primero el cultivo, el trabajo del campo y las costumbres de crianza que descubrir el salón como un centro de actividades. El gis, la libreta y el pizarrón pasan a segundo término cuando existe hambre y el maestro se convierte en un buscador de alumnos, en un personaje central que para trabajar necesita salir a convencer al padre de familia para que los deje llegar al aula a aprender. Algunos cuantos salen de su pueblo y llegan a estudiar una carrera profesional pero ya no regresan.

Los habitantes del campo viven despacio, tranquilamente. No conocen la fría mirada de las personas de las ciudades; tampoco saben que existen lugares como “Bosque Mágico” o “Mc Donalds” y menos lo que es un “Table-Dancers”; las mujeres visten con recato, ocultando sus formas en faldas amplias y largas, tapando sus cabezas con rebozo. Ahí no existen modas. La vida de los habitantes del pueblo vibra en los festejos. Ahí no pasa el tiempo, presente y pasado se conjugan.

La gente de Vanegas sobrevive al tedio, gracias a los festejos y a los trenes. Otro pueblo característico es San Bartolo de Berrio*, Guanajuato, de notable parecido con los antiguos pueblos fantasmas del Oeste, sus casas están despintadas por el tiempo. (Lugar donde nació y creció mi esposo).

En el pasado, los Condes Españoles hicieron de este pueblo una hacienda productiva. Hoy, solamente habita el recuerdo de lo que fue. Lleno de sensaciones y encuentros con el pasado, con toda la dignidad y la sabiduría de un viejo.En ese pueblo, antes prospero, no toda la gente manda a sus hijos a la escuela es más importante sembrar chile y dejarlo secar para traer dinero al hogar…ahí los niños se conforman con participar en la labor de la tierra; aprender a leer y hacer números pasa a segundo término, cuando creces la mejor oportunidad es salir a la capital de Guanajuato para trabajar en la industria o de albañiles, quizás con un poco de suerte sea mejor irse a los Estados Unidos para trabajar y vivir. Las madres se enorgullecen de sus hijos si hacen una buena lectura en el atrio de la iglesia y si pueden hacer una buena suma en la tiendita rural.

En mi pensamiento de maestra se guarda la imagen de una lectura que realicé en la Normal Superior del estado de Nuevo León donde se expresa que con “una letra se puede derribar el muro y abrir la puerta que hayan levantado y cerrado la pobreza”. La realidad es otra, actualmente leer y escribir no es suficiente. Se necesita llegar a las áreas rurales con refuerzos educativos, donde los cuatro pilares de la educación que menciona Delors (1996) en su escrito entregado para la UNESCO se haga manifiesto en los campos de México.

Henestrosa, (1993, Pág. 27), también escribió que José Martí dijo:”Indio que sabe leer, puede llegar a ser Benito Juárez” y según cuenta la historia, Benito Juárez se presentó ante el campamento de Juan N. Álvarez y le preguntaron que sabía hacer, contestó: Señor, yo sé leer y escribir”. Antes era un honor y privilegio que un indígena supiera leer y escribir, hoy pocos han llegado a ser como nuestro Benito Juárez. Las letras se pierden en el camino, los libros pasan a ser guardados y los sueños se despedazan cuando el hambre toca la puerta.

En la actualidad, México todavía tiene rezago en la educación indígena y los presupuestos no llegan a las regiones que lo necesitan porque se desvían para otros programas; los campesinos se acostumbraron a vivir sin agua potable y son ricos si tienen en el terreno donde se ubica su casa un pozo de agua, se acostumbraron a vivir sin luz pues todavía se producen las velas, se acostumbraron a comer fríjol, a no tener frío en los pies, a las múltiples promesas de campaña y a que las niñas se queden en casa porque educarlas cuesta caro y es mejor casarlas con un buen partido del pueblo.

Me quedo con los dos pueblos y con otros tantos de México, se unen a mí, y habitan en mi corazón. No son pueblos muertos, son pueblos que aman el barro, el olor del maíz, del atole. La gente toma leche cruda, hace sus quesos, cosechan. Son naturales por dentro y por fuera. Sus fiestas reflejan la cultura y la tradición de un pasado autóctono. Permanezco con los recuerdos de los maestros rurales que dejan su vida en esa tierra, en las memorias de las escuelas que recorrieron mi padre y mi madre, los amigos de mis padres, en las visiones del niño de rancho que se casó conmigo.

Ahí crecí en una escuela de Cedral, en otra de San Antonio, en la Cardoncita, en San José; tomando agua estancada y comiendo liebre de campo, oliendo la tierra, jugando en el aula. Los maestros rurales saben que su lucha es imparable e incansable, se convierten en misioneros, en psicólogos, en abogados, en el padre y la madre, en el prócer, Combaten el analfabetismo y las costumbres que marcan destinos.

¿Y qué es inclusión educativa? Es un enfoque filosófico social, político y especialmente pedagógico que reconoce a la diversidad como el valor y como el desarrollo de todos a educarse juntos, al margen de su naturaleza, diferencias sociales, físicas, de género, de capacidad, etc., las escuelas deben ser capaces de acoger a todos, debiendo adaptarse éstas. Así como el esfuerzo educativo de cada uno de los estudiantes.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1998) se establece que la educación es un derecho humano básico, así también se puede mencionar que en el artículo 28 de la convención sobre los derechos del niño (1989) se reafirma que los estados partes deben reconocer el derecho del niño a la Educación en condiciones de igualdad y oportunidades. Después se siguió el concepto de inclusión y en la Declaración de Salamanca (1994) se escribe que se requieren escuelas inclusivas que se adapten a los diferentes estilos y ritmos de aprendizaje de los niños que garanticen una enseñanza de calidad y más recientemente en el foro mundial sobre educación (Dakar, 2000) se asevera que la educación para todos debe tomar en cuenta: la necesidad de los pobres y desaventajados; a los niños y niñas trabajadores y a los menores que viven en áreas remotas y los nómadas.

Pero la Inclusión es simplemente incluir a todos en los avances que tenemos, en la tecnología, en la educación de calidad, en los salones interactivos, en mejores oportunidades, en valorar al otro, en vencer la discriminación porque promueve la aceptación de las diferencias.
Nuestros pueblos de México son diferentes en todo, hasta en las fiestas. Las almas de todas las edades se regocijan con las ferias, los festejos al niño Miguelito, el día de Reyes.

Ahí no hay diferencias cuando van de fiesta se visten de colores, la dicha es contagiosa, la alegría emociona, quizás es el único momento en que se olvidan si en la cosecha les fue mal, si perdieron el ganado o si el último maestro se cambió a la Ciudad y no tienen maestro en la escuela. Para incluir los objetivos de educación en los pueblos se necesita de una permanente vigilancia, de conocer sus costumbres y tradiciones, de revalorar a nuestros pueblos de México.

Defiendo las raíces de mi país. Como olvidar lo vivido en los pueblos: Las posadas, los jóvenes rompiendo piñatas, las fiestas a la Revolución con un toque antiguo, los Vivas a la Patria, a Zapata y a Villa. Las tardes con mis padres plantando árboles, bordando y haciendo manualidades en el aula y saboreando los quesos que se hacían en la escuela.
En esos lugares los niños no conocen a “Santa Claus”, algunos todavía pronuncian arcaísmos en su lenguaje, los pequeños corren de posada en posada llevando en sus manitas dulces o galletas de animalitos.

Su diferencia es su color de piel, su vestimenta, el lugar en que nacieron, su lenguaje, el no manejar el Kinnet o el Wii, el no saber que es el Internet, el tener menos oportunidades educativas que los hijos o alumnos nuestros. Se me antoja citar a Octavio Paz, con un pensamiento: “México tuvo una civilización antes de la llegada de los Españoles. Los indígenas fueron constructores de grandes ciudades; tuvieron religiones y una moral muy complejas…hay muchos recuerdos, muchos elementos sobrevivientes desde la cocina hasta el idioma y las ideas acerca de la familia. Tenemos algunos grupos que no han sido totalmente incorporados al México moderno, como es el caso de Chiapas” Entrevista con Octavio Paz. Day Muñoz. La Jornada, 12 de mayo de 1991.

Muy a pesar de sus desigualdades sociales, los pueblos de México se divierten y sobreviven. Ninguna crisis los para, los sexenios cambian y ellos siguen ahí, fuertes y templados como la misma tierra que siembran. No conocen la violencia de las ciudades, no se habla de secuestros y mucho menos atacan al maestro.

Los pueblos rurales e indígenas con sus costumbres y tradiciones, moral y religión. Con todo su colorido en sus festejos; la inocencia de los niños. El olor del campo y la naturaleza difieren de las ciudades.

La gente de campo no conoce otra visión. Tiendas de ropa, jugueterías, escuelas equipadas con computadoras, cines, teatros. En las ciudades te esfuerzas por hacer que el alumno lea, conozca y valore lo que tiene dentro del aula; en las áreas rurales, luchas porque asistan al aula, por que terminen su primaria y secundaria, porque valoren la educación que reciben. Aquí los niños “caprichosos” se divierten con zapatos nuevos y juguetes caros. Hay días extras para la diversión. Hasta los más olvidados que habitan las colonias marginadas tienen oportunidad de disfrutar la variedad de la ciudad y de las múltiples oportunidades que se ofrecen en el ámbito educativo.

Como escribiera Leopoldo Zea en su ensayo “Conciencia y Posibilidad del Mexicano” (1987, Pág. 46): “Toda la existencia del mexicano queda inserta en este difícil mundo de lo “oportuno”. Su vida se convierte en vida de acuerdo con la última oportunidad”, así es nuestro México, jóvenes y niños del área rural necesitan oportunidades que les de una voltereta a lo que el destino les tiene preparado, que les de sueños y les de una mejora económica que asegure su futuro.

El magisterio de México es la conciencia de esos niños que crecen en las áreas rurales, indígenas y marginadas, es la fuerza que se debe unir y buscar que desaparezcan las contradicciones que tanto afectan a los mexicanos de las regiones apartadas, la riqueza y la pobreza, el machismo, la bebida y hasta los límites educativos que se nos han impuesto.

La gente de los pueblos mexicanos sabe vivir en soledad. Disfruta el calor de su hogar con tranquilidad especial. Ama su color y respeta las tradiciones. En las historia son los guerreros incansables que pelean con piedras, palos, rifles en la búsqueda del cambio y de un pedazo de tierra. Hoy no pelean, asumen su presente y su futuro resignados por las promesas de los partidos políticos y los cambios que anuncia una televisión: “Igualdad y educación para todos”.

Este es mi pueblo, la herencia de mi padre, el legado de mi madre, la vocación arraigada en sentimientos contradictorios por una educación que no mejora en las áreas rurales, el legado para mis hijos. La gente de los pueblos tiene vida propia y es alegre a pesar de todas las carencias que pueden tener. No mueren con las desigualdades, ni visitan la Región escolar si no tienen escuelas, no comulgan con el pavo relleno, no aceptan la frialdad de la ciudad. No todos los mexicanos viven igual. La gente del campo ama su raíz. Ama a México.



Referencias


Díaz de L. (1991) Yo soy de San Luis Potosí. Revista Época, Sección de Cabo a Rabo. Nº 2. México, D .F.

UNESCO.(2000). Reunión sobre Educación para todos. En las Ameritas,

SEP. Plan Sectorial de Educación. 2007-1012

UNESCO.(1998). Declaración Universal de Derechos Humanos.

UNESCO.(1989). Convención sobre los Derechos del Niño.

UNESCO.(1994). Declaración de Salamanca.

UNESCO.(2000). Foro Mundial Sobre Educación, Dakar.

Crum R. (1993) Cordialidad Campirana. México. Selecciones Readers Digest

Delors. J. (1996) La educación encierra un tesoro. UNESCO.

Henestrosa, A.(1993) Diez para los maestros. México. Editorial SNTE.

La Jornada. Entrevista con Octavio Paz. Day Muñoz, 12 de mayo de 1991. Traducción: Merry Mac Masters.

Zea, L.(1987) Conciencia y Posibilidad del Mexicano. Tres ensayos. México. Editorial Porrúa.

García, P. R. (1989). Diccionario Básico Escolar. México, Edit. Larousse

SEP. (1992) Guía para el maestro. Historia de México. Colección “Serie de Guías de Historia de México”. México.

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